La CNEA, 67 años de historia con un objetivo claro
Los hitos de un camino que la Argentina comenzó a recorrer más de medio siglo atrás. Los puntos más salientes de una institución con la que se relaciona todo lo que tiene que ver con el uso de la energía nuclear en el país, en sus diversas formas.
La Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) cumple 67 años. Todo lo que tiene que ver con el uso de la energía nuclear en el país, en sus diversas formas, se relaciona con ella. Y, lo que es hoy, es resultado de un largo camino que, a excepción de unos pocos períodos negativos, mantuvo como fin primordial el logro de la independencia tecnológica en los términos relativos en que puede darse en un país en vías de desarrollo como el nuestro. No es casual la visibilidad argentina en este campo en el área internacional. Es el resultado de una política activa y sostenida en el tiempo, con la decisiones oportunas y las inversiones necesarias.
La nuclear es una tecnología compleja y en ello radica uno de sus mayores activos. Un proyecto nuclear requiere la movilización de amplios recursos económicos y humanos. Los primeros necesitan, básicamente, de una decisión de gobierno que priorice el tema en la asignación de recursos. Los segundos, además, tiempo para su formación. La institución así lo entendió desde sus orígenes, dedicando no pocos esfuerzos a educación y entrenamiento.
La CNEA emprendió una actividad amplia de investigaciones que, a primera vista, excede lo nuclear propiamente dicho y, con una mirada más estratégica, visualiza el logro de su objetivo como un encadenamiento virtuoso de investigación básica, desarrollo y tecnología.
La actividad febril de los pioneros se fue complementando con numerosos científicos, tecnólogos y técnicos que construyeron un reservorio de conocimiento tecnológico bastante inusitado para nuestro país. El desafío, hoy, recrea el de siempre: mantener y acrecentar. No sucumbir a la tentación de romper la cadena: el investigador básico es tan importante como el ingeniero que coordina el montaje de una planta. Más aún, este puede desarrollar con solvencia su tarea porque, en su formación de base, intervinieron los investigadores básicos que estudian objetos mucho más abstractos que una planta de energía.
Si bien decir nombres es siempre injusto, algunos son ineludibles a la hora de recrear la historia de las grandes decisiones: Quihillalt, Sabato, Beninson y muchos más. Y aquí, al hablar de las grandes decisiones, es bueno recordar como ejemplo el proceso que se dio al interior de la institución primero y la trascendió después, a fines de los años ’60 y principios de los ’70, cuando se optó por la línea de centrales nucleares de agua pesada y uranio natural. Se trató de una opción con riesgos, visto que contradecía la corriente mundial de reactores de uranio enriquecido y agua liviana.
El motivador principal para tomarla fue, una vez más, la meta de la independencia tecnológica. Los reactores de uranio enriquecido son tan buenos como los de uranio natural, pero los primeros permitían al país cerrar el ciclo de combustible; esto es, procesar el material de base de origen nacional, para transformarlo en elementos combustibles aptos para ser introducidos en el reactor. Efectivamente, la CNEA logró cerrar el ciclo e instalar las plantas necesarias para procesar el uranio, fabricar los tubos de vainas y todos los componentes accesorios de modo que, en relativamente pocos años, el país se encontró fabricando el combustible para sus dos primeras centrales: Atucha I (1973) y Embalse (1982).
Por supuesto, esto fue solo una etapa. Al licitar la tercera central (Atucha II), la Argentina se encontró con que, no siendo firmante del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) por considerarlo discriminatorio -al igual que Brasil-, sus opciones para mantenerse en la línea de uranio natural se reducían a la oferta alemana, dado que Canadá, el diseñador del reactor Candu, que es el que tiene Embalse, exigía su firma.
La historia que siguió es larga y difícil. La central comenzó a construirse en 1982, pero entre 1994 y 2006 se interrumpieron los trabajos, de modo que, cuando se tomó la decisión de culminarla, el diseñador original (KWU) ya no existía y esto complicó la tarea. Hoy, la central está terminada y provee, junto con las otras dos, 1.755MWe.
Este fragmento de la historia nuclear argentina ilustra a grandes rasgos lo que podemos hacer. Y los desafíos continúan todos los días. El país está construyendo el prototipo Carem 25 con miras a poner en el mercado una central de pequeña potencia con características de seguridad superadoras y que tiene un nicho potencial muy interesante para regiones aisladas, o países con redes eléctricas pequeñas o como «respaldo» de centrales de energía renovable. Además, se está desarrollando el reactor de producción e investigación RA-10, que constituye un proyecto también de avanzada que permitirá incrementar sensiblemente la producción de radioisótopos de uso médico al tiempo de habilitar novedosas facilidades experimentales que permitan utilizar el flujo de neutrones para una gran variedad de experimentos de ciencias básicas y aplicadas.
Pero la CNEA es mucho más que reactores y energía, y cada una de las aplicaciones de la tecnología nuclear tiene historias análogas a la que aquí se reseña, que muestran la riqueza y el potencial de una institución que merece muchas réplicas en diferentes ámbitos del quehacer nacional, trabajando en el difícil camino del desarrollo.
por CARLA NOTARI
Decana del Instituto de Tecnología Nuclear Dan Beninson (CNEA-UNSAM)
Fuente: El Cronista